LIBRE OPINIÓN
SENDERO Y LA CLASE DOMINANTE: LA FUERZA COMO ARGUMENTO
<< Ahora parece que esta idea, esta “libertad” para hacer lo que nos plazca ha llegado a su punto máximo, a su ápice, a la cumbre a donde inevitablemente tenía que arribar: a aquello ...>>
No he visto a nadie de nuestra clase alta y media, con quienes convivo, que haya mostrado un solo sentimiento de pesar por los 70 muertos de diciembre pasado. Ni una lágrima, ni una sola palabra: solo absoluta indiferencia y satisfacción. Cosa muy diferente a la que vi cuando se produjo lo del pasaje Tarata que hizo “despertar” a todo Miraflores de algo que les importaba un pito: la subversión terrorista. También los vi llorar cuando fallecieron los jóvenes de la discoteca Utopía, algo que hasta ahora siguen lamentando. ¿Qué significa esto? Lo de siempre: los dos Perús, el de la clase dominante (blanca y occidental residente en los barrios pitucos de Lima) y el de los 33 millones de peruanos destinados únicamente a ser la “mano de obra barata” que trabaja para las grandes empresas nacionales y extranjeras. Pero esto no es novedad. Basta coger cualquier libro de Historia del Perú y ver que, solamente desde el inicio de la República, las matanzas y genocidios de pueblos enteros han sido el pan de cada día. No ha existido año durante estos dos siglos donde la policía y las FFAA no hayan acallado a sangre y fuego las diferentes protestas y levantamientos acaecidos en todos los rincones del país, sea por los abusos de los antiguos terratenientes o por los reclamos de los trabajadores de las fábricas e industrias. Es decir, la tónica común, lo “normal” en el Perú ha sido “solucionar” los conflictos con la “clase baja” a través de la muerte, el único medio con el cual se ha logrado contener las sublevaciones y los intentos de revolución que son, hasta el día de hoy, una constante en el Perú. Por lo tanto, lo sucedido no ha sido para mí ninguna sorpresa ni nada por el estilo. Solamente ha sido una reafirmación sobre cómo somos y de qué está hecha nuestra nación, de qué manera aquí “se gobierna” y qué “métodos de control” son los que realmente funcionan. No es casual que nuestra derecha tenga a flor de labios la frase “mano dura” que la escucharon en sus haciendas en boca de sus abuelos. Quien sabe qué es lo que ocurría durante la Colonia podrá coincidir conmigo: los españoles y criollos no conocían otra forma de “mantener a raya” a sus esclavos y trabajadores que no sea con la fuerza. Recordemos que aún no existía la democracia, por lo que el régimen era la obediencia al rey o la muerte. Cuando surge Sendero Luminoso, que seguía al pie de la letra las ideas salvajes de Pol Pot en Camboya, la táctica que empleó fue la aplicación de la lógica de “o están con nosotros o están en nuestra contra”, lo que significó un festival de crímenes a granel porque, obviamente, la mayor parte de la gente andina y pobre del Perú no entendía ni compartía esa forma de pensar ni de vivir. Esto asustó tremendamente a nuestra clase dominante escondida en Lima puesto que les recordaba los tiempos de Túpac Amaru II, cuando este amenazó su supremacía y el orden colonial. Fue así que la reacción estuvo a la altura de las circunstancias y, una vez más, ordenaron a las FFAA que “actuaran de acuerdo a ley” respondiendo a la violencia irracional con la misma violencia irracional, es decir, operando de igual a igual que Sendero: muerte indiscriminada, justos por inocentes, caiga quien caiga. Es así que el Perú, durante décadas, se entrampó en una locura de asesinatos a diestra y siniestra bajo el criterio de “el que no colabora con nosotros morirá”, trayendo como consecuencia que, quien no fallecía por las balas de los terroristas lo hacía por las del ejército. Nadie quería discriminar o diferenciar unos de otros: todos podían ser parte del “enemigo”, así que todos terminaban siendo los culpables y tenían que morir. La diferencia es que, mientras los senderistas mataban directamente con sus manos, nuestra clase alta lo hacía “de lejitos”, desde sus residencias, para que sean los soldados los que dispararan. Obviamente, como el sistema judicial peruano es solo una mesa de partes de los poderosos y empresarios, quienes terminaron siendo los culpables de todos los desmanes fueron los que solo obedecían las disposiciones emanadas desde Lima, desde la CONFIEP, desde los sectores más adinerados que eran los que más temían de la pérdida del poder. En conclusión, la “indiferencia” de quienes nos gobiernan en la sombra (los ricos dominantes peruanos) no es más que la continuación de una forma de preservarse utilizando a las FFAA como el instrumento de represión pero sin dar la cara. Las órdenes de "disparar” se dan desde el club, desde el balneario, desde el directorio, pero al estilo mafioso: con un “beso” en la mejilla al empleado que tiene que comunicarle al Presidente del Perú cuál es la medida que tiene que tomar. Jamás un rico, un empresario, pronuncia la palabra “mátenlos”: lo que hace es decirle al ministro: “señor ministro, haga lo que tiene que hacer y cumpla con la ley haciendo uso legítimo de la fuerza”. Esta manera de “comunicar” la sentencia de muerte de cientos y miles de peruanos es lo que les permite a estos individuos acudir ese domingo a misa y comulgar con el convencimiento que “no han hecho nada malo puesto que era lo que la ley mandaba”. Por eso digo que esta forma de manejar el país corresponde a un sistema que ha venido funcionando así desde que llegaron los españoles, solo que, a diferencia de estos (que tomaban por ellos mismos las espadas y atravesaban los pechos de los indios con sus propias manos) y de la gente de Sendero (que hacían lo mismo con sus fusiles), nuestra clase dominante y alta lo hace “a través de las FFAA”. No se molestan en ser ellos los que empuñen las armas porque, como lo demostró la guerra del Pacífico, cuando lo hacen son incapaces y salen huyendo. Ni siquiera pudieron defender Lima de los chilenos y solo se les ocurrió recibirlos con honores para que no les quiten sus propiedades. De modo que la triste experiencia de la invasión chilena le enseñó a nuestra clase dominante que no debían ser ellos quienes usaran el látigo sino que debían “contratar” quienes lo hagan por ellos, de ahí que los caporales, sicarios, guardaespaldas, policías y militares han sido y son, hasta el día de hoy, quienes hacen “el trabajo sucio”, mientras que ellos se dedican sonrientes a recorrer “restaurantes peruanos de fama mundial” el mismo día que caen al suelo seres humanos cuyo único delito era demostrar su indignación por la falta de cumplimiento de las leyes establecidas. Eso los ha llevado a que piensen solo en comer y cagar cada uno de sus días y digan que, quienes se oponen a ello, son “comunistas, terroristas, delincuentes”, clamando a grito pelado que “hagan algo los militares”, o sea, que estos se encarguen de “eliminarlos” (mediante la difamación, la cárcel o la muerte). Algunos que se han empapado de ideologías marxistas o algo por el estilo dicen que esto “no es un análisis serio” puesto que ellos creen que “las teorías europeas” reflejan la verdad y no puede haber otra forma de hacerlo. Sin embargo, se trata de personas que viven de estereotipos y clasificaciones importadas (como “derecha, izquierda, centro, etc.”) cuando en realidad la situación es más simple de lo que parece y para ello no se necesita de tantas ideas “económicas”, como si las clases sociales funcionaran según lo indican los libros de sociología o economía. Los hechos muchas veces no requieren de una “explicación científica” para comprenderlos. El Perú sigue siendo la misma Colonia que fue solo que ahora está al mando de criollos (descendientes de españoles y europeos que migraron por hambre y pobreza a comienzos del siglo XX) quienes se dedican a la explotación y venta de los recursos naturales mediante la “mano de obra barata” proveniente de la población andina. Más “teorías” o “fórmulas economicistas” solo sirven para confundirnos y enredarnos, cayendo nuevamente en la insania terrorista que tanto daño le hizo al Perú.