
LA CRUELDAD HUMANA
<< la crueldad no puede ser producto de la casualidad ni tampoco efectuada sin que, quien la realiza, tenga la total seguridad que el sufrimiento se ha dado, de ahí la necesidad de constatar objetivamente los resultados del esfuerzo....>>
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Antes que nada, decir “crueldad humana” es un pleonasmo puesto que no existe crueldad en ninguna otra parte que no sea en el ser humano. Ningún animal de la naturaleza es cruel, como tampoco los son los terremotos, volcanes, huracanes o tormentas, a pesar de la mortandad que estos ocasionan. Tampoco los males que existen son “enviados por Dios” o por los dioses, como muchos suelen pensar, pues, en caso de existir estos, no necesitarían provocarlos en vista que el ser humano es capaz de producirlos por él mismo. La naturaleza en sí desconoce ese fenómeno que llamamos “crueldad” por mucho que nos parezca que ciertos animales lo causan a otros. Para tal caso, tendríamos que decir que los microbios y virus que tenemos son entidades “malévolas y crueles” simplemente por hacer lo que tienen que hacer, algo de lo cual difícilmente se dan cuenta desde la perspectiva que ellos tienen. De modo que solo y únicamente podemos hablar de crueldad cuando nos referimos al ser humano y a nadie más. Y la explicación la daremos en la misma definición de ella que es: la intención voluntaria y racional de ocasionar un daño en la mayor proporción posible. Esto implica que, para lograrlo, tenemos que asegurarnos que, quien lo padece, debe estar plenamente consciente y cuyo dolor se manifieste en la medida que nosotros esperamos que se dé. Es decir, sin un estado de clara conciencia por parte del receptor, la crueldad no se podría dar puesto que el causante no la percibiría y no se sentiría satisfecho con sus resultados. En ese sentido, la crueldad no puede ser producto de la casualidad ni tampoco efectuada sin que, quien la realiza, tenga la total seguridad que el sufrimiento se ha dado, de ahí la necesidad de constatar objetivamente los resultados del esfuerzo. Esto quiere decir que en la crueldad hay un gran componente de objetividad y de placer que solo puede ser obtenido con la contemplación o la convicción de que el daño anhelado se produjo en la magnitud deseada. Cuando esto se cumple la ansiedad del autor se tranquiliza. Ahora bien, las razones de esta avidez por actuar con crueldad son, en los seres humanos, múltiples, y todas tienen que ver con las diversas emociones biológicas que sentimos y que son potenciadas, a su vez, con otras exclusivamente propias de nuestra especie, como aquellas relacionadas con el conocimiento sobre cómo funciona la naturaleza y de qué forma ello se puede utilizar con el fin de incrementar la tribulación en el otro. Es decir, a mayor conocimiento, más grande sería la posibilidad de originar un perjuicio en el aquel a quien se lo deseamos. Mientras más poder tengamos para disponer de las cosas y de la gente a nuestro alrededor el alcance de nuestra crueldad se incrementará hasta su máxima expresión. Las personas débiles solo podrán aplicar una crueldad limitada; en cambio, las más poderosas podrán multiplicarla en intensidades inimaginables ya que siempre contarán con una cantidad inmensa de recursos para tal fin. EL ORIGEN DE NUESTRA CRUELDAD Es triste decirlo, pero el ser humano es el único que sabemos que es auténticamente cruel. Los animales pueden ser vengativos, destrozar a sus enemigos y a sus presas, pero ellos no cavilan ni elaboran planes sobre cuál sea la mejor manera de infundirles un pesar extra. Ellos solo hacen lo que la naturaleza dispone que hagan; nunca van más allá. Esa prerrogativa es solo del hombre. Fue cuando empezamos a ser seres humanos (cosa que aún no sabemos cómo ni en qué momento ocurrió) que nuestros cuerpos dejaron de ser los que nos gobernaran para pasar a serlo nuestras propias decisiones y voluntad las que lo hagan. Fue eso lo que nos dio la potestad de hacer lo que quisiéramos con nosotros y con el mundo, dando inicio a lo que ahora somos, con todas nuestras grandezas, así como con todas nuestras torpezas, excesos y anomalías que solo un ente como el nuestro puede cometer. Al no tener límites ni reglas, pues de eso se trata el libre albedrío, el hombre ha ido dando pasos erráticos en su devenir sin conocer cuál es su verdadera manera de vivir (como sí la tienen todos los animales), razón por la cual se ha topado innumerables veces con aquello que no debería haber tocado ni manipulado nunca. La creación de herramientas le dio tal capacidad que pudo alterar con ellas el orden y la armonía de la naturaleza por donde fuera, siendo sus primeras víctimas los animales, convirtiéndolos en presas, esclavos u objetos para su diversión o perversidad. Se volvió un omnívoro insaciable transformando todo lo vivo en objeto de sus más desenfrenadas pasiones. Pero no solo eso; también lo hizo con él mismo, transformándose en asesino por mil motivos que nada tienen que ver con la lucha por la supervivencia. El humano de ayer como el de hoy mata con un odio y una vesania que no posee ni el más feroz de los animales. Nosotros sabemos perfectamente dónde nos duele más, en qué medida y hasta qué punto. Es esto lo que nos permite emplear con un sadismo lascivo y meticuloso aquellos tormentos que más perduran sin que se produzca la pérdida de conciencia y que llegue la muerte, pues con esta se acaba el enfermizo disfrute que suscita la crueldad. Millones de nosotros han muerto de ese modo, entre lamentos y gritos de espanto y de terror inenarrables. Y lo han sido, no porque nos quitaran el pan de la boca o nos amenazaran, sino porque, o bien no eran “iguales” a nosotros, o no pensaban y creían en lo que nosotros pensábamos y creíamos. Y no bastando con esto hemos creado sociedades donde este estilo de comportamiento se ha institucionalizado bajo el nombre de “leyes” o “principios”. Quienes practican esta crueldad oficializada la denominan “justicia” y llevarla a cabo se considera un acto de bien, como algo sagrado y aceptado por todos como “lo correcto”. De esta locura es que se aprovechan los fabricantes de armas, quienes responden a las exigencias de los más poderosos que las piden cada vez más letales, temibles y espantosas. Es gracias a estas que la crueldad se ha sofisticado y que se puede ejecutar a distancia y sin sentir ninguna incomodidad. Incluso es posible “constatar”, mediante una pantalla, cómo se destrozan a millones de seres inocentes que son detestados y despreciados por algún motivo que decimos ser “justo”. Luego damos la cara al público diciendo que “se ha hecho justicia” y que eso era lo apropiado, que todos deberíamos estar orgullosos y contentos con las carnicerías más despiadadas porque “todo se hizo en pro del bien y de la humanidad”. Es por ello que los genocidios más despiadados son los más aplaudidos y estimulados a través de los medios de comunicación y del sistema educativo puesto que, según dicen, ese era el camino “para la preservación de nuestro sistema y nuestros valores”. Es difícil creer que, yendo por este sendero, el ser humano pueda sobrevivir en el planeta tal como lo viene haciendo hasta ahora. Nuestra obsesión por generar el dolor con un ensañamiento infinito está en nuestro interior, nos nace y nos brota, y es algo que no podemos controlar pues es más poderosa que nuestra razón, la cual es precisamente la principal responsable de ello (pues sus especulaciones son la madre de la crueldad). ¿Tendrá solución? Siendo esto parte de la incertidumbre sobre nuestro origen y destino es algo sobre lo cual aún desconocemos la respuesta.
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Fecha: 2025-05-16 00:56:38
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