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necesitamos una clase alta patriota y no una traidora e incapaz, como la que tenemos ahora y que siempre hemos tenido

Por: Luis Alvizuri

NECESITAMOS OTRA CLASE ALTA


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Por: Luis Alvizuri (Filósofo, Psicólogo)


Ya lo dijo Basadre y lo reafirmó Vargas Llosa: la gran desgracia del Perú ha sido no tener una clase alta y dirigente que sepa hacer patria. Y esto viene desde el origen, desde que los ejércitos libertadores (extranjeros todos) invadieron la colonia española llamada Perú para independizarla a la fuerza, ya que el plan era que toda España perdiera sus colonias americanas y, con ello, Inglaterra quedara como la única potencia hegemónica. Quienes heredaron la nueva república llamada Perú no tenían idea de qué es lo que debían hacer con ella y menos aún la tenía el pueblo al que jamás se le explicó qué sucedía. La independencia nos cayó como un rayo, de un momento a otro, y la población se encontró abandonada por sus antiguos administradores hispanos para caer en manos de criollos que asumieron ese legado como si de un botín se tratase. Ideas como libertad, democracia o industrialización, que ya se venían dando en Europa y en algunas nuevas naciones de América, eran completamente extrañas en una tierra que venía de ser un incanato para pasar a ser un virreinato. Los nuevos administradores, que habían sido gente de segunda clase, pasaron automáticamente a conformar la nueva clase alta y dominante, cristalizando así sus sueños y frustraciones producto de la preponderancia que tenían los peninsulares sobre ellos. Esta situación no fue desaprovechada y simplemente optaron por sustituir a los españoles haciendo los mismos oficios y trabajos de estos, es decir, manteniendo el sistema productivo tal como estaba, exportando materia prima y obrajes al viejo continente. Pero como suele suceder en toda nación que recién comienza sin tener un plan ni un método establecido, las disputas entre estos nuevos ricos y poderosos no se hicieron esperar. Cada grupo económico velaba por sus intereses particulares y pretendía acomodar al Perú de acuerdo a ellos. El único referente que tenían era “lo que se hacía en las naciones ricas” y no había otra opción que copiarlas exactamente. Se implantaban leyes y disposiciones que procuraban convertir al país en un remedo de Francia o Inglaterra, lo cual carecía de un sustento real que impedía que funcionaran, salvo en ciertos lugares de la capital donde se vivía como si se estuviera allá. El Perú era un país que permanecía siendo colonial, pero con un gobierno que ya no lo era, lo que provocaba un sinsentido y un caos total. Así, en medio de ese desorden descomunal con revueltas permanentes, asonadas militares y parodias de democracia, el país se fue desarrollando de manera anómala, tal como lo hacen sus grandes ciudades. El centralismo permaneció intacto y, con él, la primacía del grupo dominante instalado en Lima. Se gobernaba de espaldas a la población, solo en función de los negocios de las grandes familias propietarias de minas o de fundos. La participación popular solo se hacía presente como soldados o como peones, siendo duramente reprimido cuando se levantaba en son de protesta contra los abusos de los patrones de hacienda. Este panorama fue lo que configuró la llamada clase alta peruana, criolla en un principio, pero después mezclada con la ola de migrantes que llegó al Perú a raíz de las hambrunas y guerras que azotaban a Europa. Fue a comienzos del siglo XX cuando numerosos ciudadanos italianos, españoles y alemanes en su mayoría llegaron en pobreza extrema a un país que los recibió con una acogida que ellos no se esperaban debido al racismo propio de la sociedad peruana, que casi no había cambiado en nada. Los privilegios estaban reservados únicamente para quienes detentaban las características más europeas o blancas, descendiendo conforme se oscurecía la piel hasta llegar a los extremos finales que eran los andinos oriundos y los negros. Estos recién llegados, a pesar de ser pobres campesinos o artesanos de clase baja, eran blancos de ojos y pelo claro, y por ello encontraron un lugar preferencial dentro de la estructura social local. Además, venían con conocimientos laborales que eran aún extraños en el Perú, lo cual les daba una ventaja diferencial con respecto al mestizo que solo sabía desempeñarse según lo que la Colonia le dejó. Fue así cómo nació la actual clase alta peruana, una mezcla de criollos de segunda con migrantes de tercera, todos disfrutando de un sistema que les permitía tener a su favor las leyes y la primacía para todo tipo de negocios y cargos. Como este esquema racista nunca se superó, quedó la costumbre que “los de arriba” se diferenciaran de “los de abajo” por su biotipo racial, por su blancura mediterránea o nórdica (que no es la misma que la de los cajamarquinos u otras variantes). Pero no solo lo era por el cuerpo sino fundamentalmente por su forma de vivir, por sus indumentarias, artefactos, costumbres, creencias y valores eminentemente europeos. Y es que las clases altas se diferencian de las bajas no solo por el dinero (que puede no haberlo) sino principalmente por el estilo de vida, que viene a ser tal como se lleva en los países desarrollados. Esta situación tuvo por resultado que países pobres como el Perú se mantengan como están: congelados en el tiempo. Porque si bien formalmente somos una república, una democracia, funcionalmente, operativamente, seguimos siendo una colonia, en especial, porque nos seguimos considerando “un país exportador de materia prima”, que es lo que las caracteriza. Solo cuando una nación se industrializa pasa a una segunda etapa que es la de la elaboración de productos con valor agregado, convirtiéndose así en desarrollada. Sin embargo, nuestra clase alta (que es la que financia a los políticos para sostengan sus intereses en el Estado) prefiere seguir viviendo en las mismas condiciones anteriores, que es lo que les ha permitido obtener los privilegios de los que ahora gozan. Cualquier cambio, por pequeño que sea, siempre es visto como una amenaza ya que pueden empoderar a la “clase baja” o “mano de obra barata”, con lo cual las ganancias disminuirían ostensiblemente, así como el control del Estado. Eso explica por qué mantener al Perú en el mismo estado de pobreza en el que se encuentra es parte de la rentabilidad para la clase alta. Si los sueldos o salarios fueran más altos o similares a los que se otorgan en otros contextos ya no habría superávit posible, ni en las minas, ni en los campos ni en ningún otro rubro. Si los trabajadores fueran especializados o técnicos la exigencia de salarios y derechos sería mucho mayor, por ello invertir en industrias significaría un esfuerzo muy grande con escasos resultados, dada la competitividad extranjera. Lo más cómodo sigue siendo la extracción de recursos naturales y su venta al peso, ya que para eso no se requiere de ninguna especialización. El resultado de todo ello es que el Perú tiene una clase trabajadora mal pagada y, por lo tanto, inculta y pobre, impredecible y levantisca. ¿Cuál es la solución? Esta cae por su peso: necesitamos otra clase alta, una realmente lúcida, que entienda que vivir a costa de un país empobrecido no lleva más que a convulsiones sociales, revoluciones y subversión, algo que a la larga la termina afectando también a ella misma. Recordemos que con Velasco sus antepasados perdieron casi todo lo que tenían a raíz de una necesaria reforma agraria. Por lo tanto, el Perú requiere de una clase dirigente que primeramente sea patriota, que ame al Perú en vez de venderlo a los extranjeros. Una que haga industria, que comprenda que sin brazos sanos e instruidos no se puede fabricar nada, que sin un sistema político sólido y estable no se logra ningún proyecto por bueno que sea, que sin una justicia que haga respetar las reglas de juego cualquier ladrón y corrupto puede hacer lo que le venga en gana, que sin valores, principios y dignidad esta clase se convierte en la dueña de un grupo de esclavos que, en cualquier momento, sacarán su cuchillo para liberarse de la explotación. En fin de cuentas, necesitamos una clase alta patriota y no una traidora e incapaz, como la que tenemos ahora y que siempre hemos tenido.


Fecha: 2023-08-16 00:00:00





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