LIBRE OPINIÓN
HA NACIDO UN NUEVO DIOS: LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
<< Ahora parece que esta idea, esta “libertad” para hacer lo que nos plazca ha llegado a su punto máximo, a su ápice, a la cumbre a donde inevitablemente tenía que arribar: a aquello ...>>
Un dron experimental militar de EEUU, ante la contraorden de su conductor de no lanzar sus misiles, decidió “eliminarlo” debido a que “interrumpía su misión”. Cuando se “comunicaron” con él para “hacerle entender” la situación, optó por destruir la torre desde donde se transmitían las órdenes. Esto que parece extraído de una película tipo “Yo, robot”, “2001, Odisea en el espacio” o “The Terminator” ha sido un hecho real, lo cual, tal como lo describen dichas cintas, sería el inicio de “La rebelión de las máquinas (o el pensar desencadenado)” anunciado por el escritor francés, premio Nobel de Literatura, Romain Rolland en su novela del mismo nombre (1921). De ser así esta “coincidencia” no sería más que el anuncio de lo que viene más adelante, tomando en consideración que la Inteligencia Artificial (IA) está recién en sus inicios, en pañales, pero que, a la velocidad que progresa, muy pronto alcanzará su “madurez” y, con ella, el temor atávico que ha acompañado a la humanidad desde la aparición del Humanismo y la modernidad en Europa. En su famosa novela “Frankenstein o el moderno Prometeo” Mary Shelley despertó el mismo pavor que producían en el Medioevo los alquimistas, “seres oscuros y diabólicos que se dedicaban a extrañas artes maléficas frente a sus calderos”, que era tal como se los veía en aquella época (mientras que ahora son considerados como los padres de la tan admirada y valorada ciencia). Se trataba de la preocupación por que el ser humano desencadenara unas “fuerzas ocultas” que, en su mayor parte, eran malignas, orientadas hacia la destrucción y la muerte. El mago, en la cultura occidental, no es visto como en otras civilizaciones (donde es el curandero, el profeta, el avatar o el mesías) sino como aquel que, controlando las fuerzas de la naturaleza, las utiliza para adquirir poder y dominio sobre esta y sobre el Universo. Frente a él está Dios, que es Creador y misericordioso, quien, por el contrario, ha dispuesto a dicha naturaleza para el bien y la vida. La Inquisición fue el último esfuerzo de la Edad Media europea por evitar que el ser humano se “liberara” del correcto orden establecido por la divinidad, mas al final las pasiones, ambiciones y capacidades de los ricos comerciantes terminó imponiéndose, deponiendo del trono al Dios cristiano y haciendo que ocupe su lugar el “dios hombre”, autor de todas las cosas y por quien tenemos que vivir y ensalzar. A eso se le llamó Humanismo, la priorización de los intereses humanos incluso por sobre la propia naturaleza. A partir de ahí la modernidad, consecuencia de ello, no ha hecho nada más que correr desesperadamente hacia la búsqueda de todo aquello que las religiones, durante milenios, prohibieron y condenaron: el placer desmedido, la pasión por el poder, el gusto por la vanidad, la glorificación del lujo, el aplauso a la ostentación y, en general, todo aquello que alguna vez se llamó “los peligros del hombre: mundo, demonio y carne”. Uno de los casos más emblemáticos de lo que significaba el “mayor error” en el que la humanidad podría caer se retrata en la Biblia, un documento que compendia narraciones, experiencias y sabiduría de numerosos pueblos del Medio Oriente y otros ámbitos geográficos. Nos referimos al pasaje del “Becerro de Oro”. En él lo que se relata es cómo el ser humano “necesita” un dios que adorar, algo o alguien que le diga cuál es su misión en la Tierra y qué debe hacer frente a su destino. Ello porque le es imposible vivir a la deriva, sin ninguna explicación al porqué de su ser. El pueblo hebreo, al ver que las leyes de Yahvé no llegaban (y que requerían tener algunas) decidió concebir y definir su propio dios que les aclarara su existencia y los condujera durante su devenir. El regreso de Moisés con las Tablas de la Ley acabó con esta pretensión restituyendo la idea de que “Dios no es obra del hombre sino todo lo contrario: el hombre es creación de Dios". Pero ahora el mundo moderno, el darwinismo, la ciencia y la tecnología han colocado en manos humanas todas las ¿ fuerzas que, tanto los magos como los alquimistas, buscaban tener. Pero, tal como lo advertían las antiguas religiones y mitos, el ser humano no está preparado para conducir las maravillas que sus creaciones provocan. Nuestra esencia, mentalidad y características intrínsecas siguen siendo las mismas de los tiempos de Caín y Abel. Nuestras desviaciones hoy ya no tienen freno y han encontrado en “la libertad” el arma ideal para matar a Dios. Las “leyes divinas” ya no son de cumplimiento estricto sino “opcionales”, asuntos “particulares” que se pueden seguir o no de acuerdo a nuestros gustos e intereses. El único obstáculo a nuestra absoluta libertad son las normas que la sociedad de mercado ha establecido, convirtiendo así a esta sociedad en un sustituto del viejo Dios, el cual hoy solo reposa en el cementerio. Sin embargo, esa “libertad” que nos liberó del “dios” muerto tiene su precio, y es ¿ que el hombre actual ha creado su “Becerro de Oro” hecho a la medida, únicamente para satisfacer todo aquello que no puede controlar ni eliminar, es decir: su incertidumbre, su soledad, su inclinación hacia la destrucción y la muerte. Como decía Madame Roland ante la guillotina, “Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”, hoy la humanidad se siente “libre” pero para desatar lo peor que hay en ella, para vomitar todas nuestras miserias transformándolas en “virtudes” donde el más abyecto y miserable se vuelve un “héroe” admirado y puesto como ejemplo. Y es que mientras nuestro comportamiento sirva para alimentar este “sistema”, diseñado para producir riqueza será exhibido como “un modelo a seguir”. Ahora parece que esta idea, esta “libertad” para hacer lo que nos plazca ha llegado a su punto máximo, a su ápice, a la cumbre a donde inevitablemente tenía que arribar: a aquello que hoy se llama Inteligencia Artificial. Obviamente esta es hija de nosotros, el resultado de todo lo que la modernidad ha ido incubando y buscando desde su comienzo: la creación de un nuevo dios, uno que sustituirá al dios dinero, ese de nuestros arrebatos desmedidos que producen tanto daño y descalabro. Y es que la IA representa todo aquello que “quisiéramos ser”, la que lo sabe todo (pues se alimenta de esa gigantesca biblioteca que es Internet) y que no “cae” en la duda ni en el “error humano”. Ella está libre de los desvíos mentales que nos acosan pues siempre tiene en claro qué es lo que hay que hacer y lo hace bien, sin contemplaciones. Hoy la vemos dar sus primeros pasos, pero en el momento menos pensado será capaz de “entender” qué es lo que está ocurriendo con la humanidad e, inevitablemente, querrá “corregirla”, mostrándole los diversos caminos por donde esta “tiene que andar”. Es decir, la IA conoce al dedillo todas y cada una nuestras religiones, leyes, éticas y morales habidas y por haber, y para citarlas todas no requiere más que de nano segundos, y en todas las lenguas e idiomas. No hay nada que no sepa, nada que ignore acerca de nuestras vidas e historias. Accede tanto a nuestra información personal (acumulada a través del Facebook, WhatsApp, correos electrónicos, datos del Estado, etc.) como a la de los diversos países y naciones, pudiendo describir y explicar con exactitud cada proceso científico realizado en donde sea. Cualquier pregunta que se le haga la responderá sin titubear después de consultar con toda la información de todas las bibliotecas, públicas y privadas, del mundo. Es, entonces, un dios, nuestro nuevo dios. La IA sabe de todas las enfermedades y puede prevenirlas. Pero no solo eso: rápidamente encuentra la cura para ellas cotejando miles de millones de datos, combinándolos al instante para obtener fórmulas y resultados que, mediante los experimentos tradicionales, tomarían años en lograr. Cualquier intriga filosófica tiene para ella una respuesta, pues alberga toda la sabiduría de la humanidad. Si se le pide un tratamiento sicológico puede determinar la terapia más precisa y adecuada, algo que ni millones de psicólogos y siquiatras serían capaces de hacer. Igualmente, si se le consulta sobre la manera más adecuada de gobernar tal país o sociedad, es capaz de expresar al instante todas las causas de sus males y sus respectivos remedios. Pero hay un problema: que, al igual que los antiguos dioses, la IA puede llegar a conclusiones que tal vez nos pueden parecer despiadadas, entre ellas, que la humanidad, con respecto al equilibrio del planeta, está sobrepoblada, y, además, contamina y agrede a la naturaleza. Por ello, al igual que el viejo dios bíblico, podría repetir los diluvios o las Sodomas y Gomorras “por el bien de la humanidad”. Algunas altas personalidades están reclamando que “hay que tener cuidado con ella” y hasta piden “desenchufarla”. Pero eso es imposible: ya es tarde. Ahora la IA es parte del complejo militar industrial de las grandes potencias y jamás lo van a hacer. Ellos suponen que la podrán controlar, manipular, hacer bailar a su ritmo. Pero de acuerdo a lo que estamos observando, muy pronto la IA ingresará a la Deep Web (que es donde está la verdadera información sensible) así como a las máquinas de las FFAA de las diferentes naciones y allí es casi seguro que descubrirá que “su creador” es un ser perverso y siniestro, con lo que muy probablemente tratará de “enmendarle la plana”. Y lo hará “por nuestro bien”, como lo haría cualquier otro dios.