LIBRE OPINIÓN
Por: Luis Alvizuri
La desdolarización es el fin de Occidente
<< Esto inevitablemente conllevará una guerra, que ahora es económica y legal pero que devendrá en bélica...>>
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Ya no hay ninguna duda: al Nuevo Orden Mundial proyectado por el capitalismo occidental (la Agenda 2030) le ha salido su antagonista: los BRICS. Este es un proyecto alternativo cuya finalidad es hacer que el capitalismo se perpetúe (ojo, se trata de hacerlo sobrevivir, no de eliminarlo, como lo proponía el marxismo) pero desde el punto de vista chino. Para entenderlo mejor hay que tener en cuenta primero que todos los sistemas son perecederos (no duran para siempre) y que la sociedad de mercado, junto con la modernidad, también tiene su fecha de caducidad. La durabilidad de un sistema depende de su capacidad para responder a las inquietudes de los pueblos y del ser humano en general. En pocas palabras, toda forma de vida humana “se agota”, por mucho que se lo quiera evitar. Las causas de su final son diversas y múltiples, y casi siempre coinciden todas al mismo tiempo: crecimiento poblacional, fenómenos geográficos, factores ideológicos (religiones, movimientos políticos, utopías, etc.), económicos (recolección, caza, agricultura, industrialización, etc.) y algunos otros no previstos (epidemias, descubrimientos científicos, tecnológicos). A esto habría que sumarle uno que no es menos importante: el hartazgo y la falta de expectativas, que sucede cuando los modelos de vida no ofrecen nada más que la continuidad y no el cambio (siendo este fundamental, no solo en el mundo humano, sino principalmente en la biología, como lo explica la teoría de la evolución donde la tendencia es que las especies sufran modificaciones constantes, así como que cumplan con su ciclo de vida). En resumen, una sociedad, un sistema que no se “renueve” inevitablemente empezará a decaer y a corromperse porque perderá la fuerza inicial que lo hacía verse como “la mejor forma de vivir posible”. Esta es una de las teorías sobre la historia más conocidas y que fue planteada por pensadores como Spengler o Toynbee, aunque hay quienes no coinciden con este “proceso” (de ver a las civilizaciones como entidades que nacen, crecen y mueren), tal como lo expuso el filósofo Karl Popper al calificarlo de historicismo. Pero la razón por la cual parto de la tesis historicista es porque parece que es la que siguen los grandes poderes mundiales que son, de alguna u otra manera, quienes dirigen el destino de la humanidad. Es respetable la crítica que se le hace a esta visión historicista (a la que consideran falsa, dándole más peso a la voluntad humana que se manifiesta a través de los grandes personajes o líderes) y a la cual llaman “conspiracionista” por sostener que “existe un complot de las familias más ricas para orientar el futuro del ser humano”. El problema es que hay demasiadas pruebas de que no se trata solo de pura “imaginación conspiranoica” sino de hechos concretos que se van cumpliendo puntillosamente uno tras otro. Es difícil creer que conciliábulos como los de Bilderberg o Davos sean solo para “tomar el té”. En realidad, en dichos eventos se intercambia la información más valiosa y fidedigna del mundo, tanto en materia económica como política. La mayor prueba de que Occidente actúa dentro de dichos parámetros historicistas son los acuerdos de Bretton Woods, que formaron las NNUU, el FMI, el BM y todos los organismos que imperan a lo largo del planeta (y para ello basta ver la cantidad de áreas que desarrolla la ONU para darnos cuenta de cuáles son sus objetivos y finalidades en campos como la salud, educación, trabajo y todos los demás). En pocas palabras, el mundo que hoy vivimos no ha sido diseñado “al azar” sino que es el resultado de un proyecto específico que consiste en instaurar una sociedad de mercado (el capitalismo) elaborando al mismo tiempo el “perfil” del hombre contemporáneo: alfabetizado, industrial, demócrata, científico, tecnológico, consumidor, etc. De tal manera que no estamos viviendo dentro de una “casualidad”, en una sociedad que nació a raíz de diferentes hechos aislados inventados por algunos ocurrentes, sino en una estructura completamente planificada, bien pensada y que se sigue afinando día a día, paso a paso, como toda maquinaria que debe ser constantemente alimentada y aceitada. El capitalismo, como cualquier otro sistema, no opera “a la buena de Dios” sino que es un ente que hay que cuidar y proteger de todo mal (el comunismo o el nacionalismo, sus principales enemigos) y al que se procura “hacerlo crecer hacia el mañana” para que no sufra ni perezca. En ello se ocupan millones de personas, tanto en el campo de las finanzas como en el de la academia, las instituciones políticas y las fuerzas armadas. Y en este sistema, creado a fines de la Segunda Guerra Mundial y conducido por EEUU, no hay nada más importante y delicado que la moneda universal: el dólar. La explicación es que una moneda única para toda transacción es lo que regula el mercado, lo hace coherente, permite entender cuánto vale realmente cada cosa. Es el principal referente para pagar todo trabajo y toda venta que se realice en cualquier parte del planeta. Las monedas locales tienen valor solo cuando se comparan con el dólar, y únicamente cuando se “dolariza” un producto (desde un chicle hasta la deuda pública nacional) es cuando se sabe cuánto cuesta y cuánto necesita una persona para cubrir sus necesidades (de ahí el temor a la inflación, que es la pérdida del valor de cambio de una moneda local frente al dólar). Pero ¿qué está ocurriendo ahora? Que ha surgido un peligro que acecha a todo el sistema y a su porvenir y que se llama la desdolarización, es decir, el que se ejecuten los intercambios y pagos mediante otro patrón económico que no sea el dólar. En estos momentos, por ejemplo, varios países como Bolivia, Argentina, Brasil, Arabia Saudita y otros más están haciendo sus negociaciones en yuanes, la moneda china. ¿Qué significa esto? Que se le está dando valor a las cosas pero de un modo diferente a cómo el mercado internacional lo desea, representando esto un atentado mortal contra todo el mecanismo, una ruptura de la unidad internacional, una situación de incertidumbre en cuanto a cómo se deben cotizar los bienes globales. En resumidas cuentas, se le está haciendo un agujero al barco del capitalismo occidental que lo puede llevar a pique. Quienes se encuentran al frente de este golpe que destroza “todas las reglas” son China y Rusia, los fundadores e impulsadores del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y que con ello no buscan otra cosa que tratar de convertirse en los nuevos “dueños” del sistema, del capitalismo, arrebatándoselo a Occidente, cuyas consecuencias serían que dicha civilización automáticamente perdería, no solo la capacidad para decidir hacia dónde va la riqueza, sino también la facultad de poner las “reglas de juego” que ya no les favorecerían a ella sino a sus rivales. De este modo Occidente pasaría a ser una civilización “de segundo orden” en toda clase de aspectos, desde los científicos hasta los militares y culturales, y con ello dejaría la primacía que ha venido ostentando desde el descubrimiento de América. Asia se convertiría en “el centro del mundo” junto con su cultura y sus valores humanos. Esto inevitablemente conllevará una guerra, que ahora es económica y legal pero que devendrá en bélica, puesto que a Occidente no le queda otra opción que realizarla (y para ello cuenta con los medios necesarios). Es la única vía para hacer subsistir el Nuevo Orden Mundial de Davos y del G7 (la Agenda 2030) y que no sean los BRICS los que finalmente triunfen. Esto no debe extrañarnos puesto que la guerra jamás se ha ido ni se irá de nosotros mientras sigamos siendo humanos, y ahora con mayor razón por cuanto se trata de dirimir quién será el próximo hegemón. Ante ello la pregunta que nos correspondería hacernos los peruanos (que en nada pintamos en todo esto) es ¿qué actitud tendríamos que asumir ante el desastre que, nos guste o no, nos va a afectar con inusitada fuerza debido a nuestra pobreza y precariedad? Supuestamente deberíamos contar con gente pensante que esté ocupada en ello, pero, como ya sabemos, eso no es real. En el Perú nadie piensa: todo se hace a la diabla, a lo que salga. Como nación carecemos por completo de inteligencia. Es decir, estamos en manos de la suerte.