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 LIBRE OPINIÓN/ DERECHA E IZQUIERDA


LA DICTADURA DEL MERCADO Y LA AGENDA 2030

<< ...no es casual que hayan surgido las “neurociencias”, porque precisamente la comprensión del “pensamiento del consumidor” es fundamental para establecer el circuito cerrado de la demanda y la oferta....>>


Por: Luis Alvizuri (Filósofo, Psicólogo)


Empecemos con un cuento. “Había una vez un pueblo que tenía su mercado. Allí acudían las personas para adquirir los productos que necesitaban para su vida diaria. En los alrededores existían campos de sembradores de papas quienes, cuando llegaba la cosecha, acudían al pueblo para la venta respectiva. De tal manera que todo fluía muy bien: unos sembraban papas y otros las consumían. Pero un día, uno de los mayoristas (que compraba las papas a los campesinos y las revendía en el mercado) se dio cuenta que podía ganar más si es que las lavaba antes de ofrecerlas al público. Fue entonces que difundió la idea de que “una papa sin lavar era contaminante”. El público lo creyó puesto que lo había leído en los diarios pagados por el mayorista.”

“Tiempo después el mayorista dedujo que aún podía ganar más si, en vez de comerciar las papas al natural, las envasaba. Fue así que hizo que los consumidores solo compraran las papas embolsadas al vacío, hechas en la fábrica del mayorista. Por último, la marca que le puso a su negocio se convirtió en un sinónimo de “calidad” y con ella empezó a comercializar todo tipo de productos y servicios, al punto que, finalmente, el mayorista se convirtió en el amo y señor del mercado porque siempre lograba hacer que los compradores aceptaran su manera de distribuir las cosas.”

En conclusión, la idea original de lo que era el mercado, como el lugar a donde la gente llevaba sus productos y servicios para la venta, se convirtió en el “espacio controlado” donde se planifica, estudia y orienta a los consumidores de acuerdo a cómo los mayoristas quieren que este vaya.

Si entendemos la metáfora comprenderemos qué es lo que sucede hoy con la evolución de la sociedad de mercado y el capitalismo (su máxima expresión). La mayor parte de la humanidad tiene en la cabeza la idea clásica de la economía (la de Smith y Marx) que es la simple relación entre la oferta y la demanda y que es “la mano invisible” la que determina el valor y los precios. Pero esa idea antigua (porque es del siglo XIX) hace mucho que dejó de ser una realidad. Hoy no existe tal “equilibrio natural” entre productores y consumidores sino que el mercado es manejado única y exclusivamente por las grandes empresas que controlan todo el proceso de producción, gestión y proyección del consumo mundial. En pocas palabras, la producción, que hace un tiempo era vista como “la que originaba la demanda”, es solo uno de los factores que depende de los dueños de los comercializadores.

Digámoslo con un ejemplo. Hasta hace unos años no existía la “demanda” de alimentos para mascotas. Estas comían siempre lo mismo que sus dueños. Las compañías se dieron cuenta que allí había “una posibilidad de negocio” y dispusieron todo de tal manera que incentivaron la “necesidad” de alimentar a los engreídos con “una comida apropiada”. Hoy en día la gran mayoría de los propietarios de animales (incluyendo los de granja y los industriales) les dan de comer la comida procesada hecha por las transnacionales de la alimentación (humana o no). Allí lo que determinó la demanda no fue “la producción” sino “el mercado”, o sea, lo que los consumidores supuestamente “exigían” a los productores.

Pero en realidad la gente no “exige” nada por sí misma sino que es condicionada y empujada a realizar tales y cuales consumos. Los que utilizan el sistema bancario no “piden” a los banqueros que les den tarjetas o formas de pago digitales sino que se las “dan” a la fuerza y las hacen ver como “indispensables” para la vida contemporánea. Ninguna persona puede prescindir de ellas, a pesar que jamás las solicitaron ni imaginaron. Es suma de cuentas, las personas, los individuos, no somos los que orientamos o dirigimos el “barco” del sistema o del mercado sino que simplemente nos adecuamos a él, a sus incentivos, características, disposiciones y reglas. Cuando el hombre moderno nace se “encuentra” con un mundo ya hecho al cual debe adaptarse. Ni siquiera sus necesidades o intereses cuentan a la hora de determinar qué productos va a requerir para su sostenimiento: todo eso ya lo ha preestablecido “el mercado”, es decir, quienes lo manejan y conducen.

Durante décadas, en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, la ciencia ha venido siendo impulsada y obligada a investigar y desarrollar todas aquellas áreas que al mercado le interesan con el objetivo que genere la tecnología. Tanto la electrónica como la física cuántica son parte de esta eclosión, y sus resultados los vemos diariamente plasmados en los innumerables artefactos que hoy el consumidor adquiere. Desde el celular hasta el televisor vienen cargados con todo ese conocimiento. De modo que no es casual que hayan surgido las “neurociencias”, porque precisamente la comprensión del “pensamiento del consumidor” es fundamental para establecer el circuito cerrado de la demanda y la oferta, donde la demanda es producida por quien diseña la oferta y viceversa.

Otro ejemplo ilustrativo es la actual moda fitness, el “ser saludables”. Tiempo atrás la noción de “salud” estaba vinculada exclusivamente a no estar enfermo. Pero actualmente esta se relaciona con “una vida sana”, la cual consta de miles de “elementos”: un tipo de alimentación, de ropa, de actitudes, de pastillas, de costumbres, etc. El hombre moderno “tiene que verse sano”, y para ello requiere de una serie de consumos que van más allá del solo evitar algún mal. Es así que aparecen marcas como Nike que, lejos de vender zapatillas, se ha convertido en un sello, en un símbolo de “una clase de humano óptimo para desempeñarse correctamente en el mercado”. Para lograr eso se utilizan los sistemas directos e indirectos (desde la prensa hasta la actual inteligencia artificial) que lo que hacen es condicionarlo a pensar de tal o cual manera.

En pocas palabras, es el mercado el que determina qué clase de humanos somos, cuál es nuestro “perfil bueno” y cuál “el malo”. Los medios de comunicación (sin los cuales no podemos saber qué es lo que pasa en el mundo) refuerzan permanentemente la idea de “cómo tenemos que vivir, pensar y actuar” hasta el último de nuestros días. Estar fuera de ello sería “vivir fuera de la realidad”, quedar como un ser marginal, alguien que no cuenta, un fracasado. Y es aquí donde interviene el fenómeno de la Agenda 2030, que no es otra cosa que el pináculo de todo este esquema dominante donde el consumidor no tiene vela en el entierro ni interesa lo que diga.

La Agenda 2030, que es un proyecto elaborado por las más grandes empresas transnacionales del planeta y elaborado por los cerebros más brillantes de la humanidad, es el resultado de esta idea, o hecho real, de el que el mercado es el que lo decide todo, el que puede conducir a la especie humana hacia donde se desee puesto que ya se dispone de la capacidad científica y tecnológica para hacerlo. No se trata de “ganar más dinero” (cosa propia del siglo pasado, durante el obsoleto capitalismo monetario) sino de saber qué hacer con el poder que se tiene, un poder omnímodo que abarca tanto lo económico como lo político y militar. No hay un solo espacio disponible que no está vigilado y maniatado por este “ojo de Sauron” (de la saga “El señor de los anillos”) que todo lo sabe y todo lo dispone.

Y no es que dicha Agenda sea “malévola” o que se asemeje a las novelas “1984” o “Un mundo feliz”, sino, por el contrario, lo que busca realmente es superar todos los males de la humanidad, desde los físicos hasta los mentales, intentando instaurar una paz definitiva así como la eliminación de las guerras y las diferencias sociales, haciendo que el ser humano pueda alcanzar incluso la inmortalidad. Es decir, lo mismo que se planteaba en la serie de televisión “Star Trek” cuando los humanos habían logrado superar todos sus conflictos y necesidades para dedicarse solo al disfrute y “a recorrer el Universo”.

Todo esto suena bien, al punto que sería imposible que neguemos que a nuestro hijo le coloquen un chip que lo libre de un cáncer. El problema de fondo es el siguiente: ¿qué derecho tiene un grupo de millonarios para apropiarse de la vida y le destino de todos los seres humanos? ¿Quién se los otorgó? ¿Acaso nos consultaron, nos pidieron nuestra opinión sobre ello? Ocurre lo mismo que con las ofertas del mercado: de nada de eso somos responsables los consumidores; solo nos queda consumirlas y nada más. Exactamente igual que lo que pasa con la Agenda 2030: jamás nos han preguntado si queremos ese “mundo perfecto”, esa “vida de felicidad” que nos presentan contra nuestra voluntad. El asunto es, entonces, el de la libertad, si es que la podemos entregar fácilmente a cambio de “las maravillas” que nos prometen los mayoristas que hoy manipulan a su antojo el mundo moderno al cual lo llaman “mercado”.


Fecha: 2023-06-06

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